Criaturas perdidas ¿A dónde van las siembras sin cosecha, las gestaciones sin parto, las torturas sin libertad, los insomnios sin respuesta? ¿A dónde van esas criaturas perdidas para nuestras cuentas? ¡Nada se pierde! Vuelven todas a la tierra maternal para hacerse humus fértil donde el futuro crezca. Regresarán una por una hasta nuestra mesa en la flor del mañana, más libres y más nuestras. (Benjamín G. Buelta, SJ)
Hay manos crueles. Señalan, violentas, apuntando al justo. ¡Que muera! Se lava las manos quien no se complica ni con la justicia, ni con la verdad. ¡Que muera! Aplauden, absurdos, quienes de todo hacen un espectáculo. Libera a Barrabás. Y ese, ¡que muera! Agarran el látigo, trenzan las espinas, despojan de ropas, empuñan el mazo o clavan en cruz, las manos serviles de quien obedece a normas injustas. ¡Que muera! Pero hay otras manos que ofrecen alivio, enjuagan cansancios, comparten el peso, acogen un cuerpo, esconden el rostro surcado por lágrimas, o se alzan al cielo en muda plegaria. Y luego, sus manos, traspasadas. ¿Dónde están las tuyas? (José María R. Olaizola, SJ)
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Que lleguen gastadas las manos al fin de la vida por haber acariciado el mundo, por haber tocado a los impuros, por haber curado llagas y lavado los pies embarrados de amigos y enemigos. Manos fuertes por haberse interpuesto en el camino de las armas, por haber golpeado los muros, por haber forjado puentes, por haber partido el pan que ha de saciar a tantos. Manos curtidas en la brega, en la siembra, en el remar cotidiano. Manos abiertas para acoger la congoja del que llora, del que espera, del que solo pide un amor posible. Que sean las manos hogar, refugio y hoguera. Y que cuenten, en su idioma silencioso, que no estamos solos. (José María R. Olaizola, SJ)
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