
Jesús contempla el templo, admirado por su belleza, y anuncia su destrucción. Sus palabras desconciertan: guerras, terremotos, persecuciones… ¿Dónde está el Reino? ¿Dónde está la paz?
Pero Jesús no habla para infundir miedo, sino para despertar confianza. Nos advierte que vendrán pruebas, pero también nos asegura que no estamos solos. “Yo os daré palabras y sabiduría”, dice, y promete que “ni un cabello de vuestra cabeza perecerá”.
Este pasaje nos recuerda que la fe no es evasión, sino fortaleza. Que el Reino de Dios no se construye en la comodidad, sino en la fidelidad. Y que la perseverancia —esa paciencia activa y confiada— es el camino hacia la salvación.
Jesús no nos promete una vida sin conflictos, pero sí una presencia que sostiene, una palabra que guía, una esperanza que no defrauda.
Liturgia del domingo







