La indignación de Jesús

¿De carne o de piedra?

Arranca la mano de piedra, que aprieta con saña y apunta con odio, cocina maldades y pone cadenas.
Verás cómo crece la mano de carne que acuna y aquieta, que quita cerrojos, que escribe poemas.
Arranca la pierna de piedra que al pisar aplasta, que avanza sin norte, y, cerril, patea.
Verás cómo crece la pierna de carne, que baila ligera, que te lleva, lejos, donde Dios te llama, donde el hombre espera. (José María R. Olaizola, sj)

 

Liturgia del domingo

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«Este es mi Hijo amado. Escuchadlo»

Adoración

El cuerpo ante ti es un cirio quieto en la noche de la historia, de las ideas, de los proyectos, consumiendo las horas como cera.
El pensamiento está inmóvil como la llama afilada, sin la más leve brisa que altere su perfil luminoso y quieto.
El corazón, cristal naranja encendido con la lumbre remansada de tantos encuentros infinitos.
Las pupilas, redondas como la boca de una tinaja vacía, se dilatan en lo oscuro atisbando tu presencia.
Sólo se oye el crepitar del fuego, y el aliento de la vida que llega desde ti frotando levemente el aire en que camina.
Y al verte y acogerte, se aviva la llama, iluminando la noche, transparentando la cera, transfigurando en luz las ausencias y tinieblas.
Y toda la persona se va haciendo luz recibida brillando gratuita en tu templo, mundo oscuro de injusticias, de fugaces estrellas que deslumbran un segundo, de neón inquieto, impuesto con astucia.
En la adoración de cirio alerta, para iluminar tú nos haces luz desde dentro, sin necesidad de llevar en las manos una brasa prestada y pequeña.
(Benjamín G. Buelta, sj)

 

Liturgia del domingo

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Convierte y cree

Conversión

Sigue curvado sobre mí, Señor, remodelándome, aunque yo me resista.
¡Qué atrevido pensar que tengo yo mi llave! ¡Si no sé de mí mismo!
Si nadie, como Tú, puede decirme lo que llevo en mi dentro.
Ni nadie hacer que vuelva de mis caminos que no son como los tuyos.
Sigue curvado sobre mí tallándome aunque, a veces, de dolor te grite.
Soy pura debilidad, Tú bien lo sabes, tanta, que, a ratos, hasta me duelen tus caricias.
Lábrame los ojos y las manos, la mente y la memoria, y el corazón, que es mi sagrado, al que no Te dejo entrar cuando me llamas.
Entra, Señor, sin llamar, sin mi permiso.
Tú tienes otra llave, además de la mía, que en mi día primero Tu me diste, y que empleo, pueril, para cerrarme.
Que sienta sobre mí tu «conversión» y se encienda la mía del fuego de la Tuya, que arde siempre, allá en mi dentro.
Y empiece a ser hermano, a ser humano, a ser persona.
(Ignacio Iglesias, sj)

 

Liturgia del domingo

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