Jesús, María y José en vosotros contemplamos el esplendor del verdadero amor, a vosotros, confiados, nos dirigimos. Santa Familia de Nazaret, haz también de nuestras familias lugar de comunión y cenáculo de oración, auténticas escuelas del Evangelio y pequeñas Iglesias domésticas. Santa Familia de Nazaret que nunca más haya en las familias episodios de violencia, de cerrazón y división; que quien haya sido herido o escandalizado sea pronto consolado y curado. Santa Familia de Nazaret, que sepamos tomar conciencia del carácter sagrado e inviolable de la familia, de su belleza en el proyecto de Dios. Jesús, María y José, escuchad, acoged nuestra súplica. (Papa Francisco)
No hay que temer al fracaso, a la lucha, al dolor, a los pies de barro o a la debilidad. No hay que temer a la propia historia, con sus aciertos y tropiezos; ni a las dudas; ni al desamor; que la vida es así, compleja, turbulenta, hermosa, incierta. Pero luchemos contra la tristeza perenne, esa que se instala en el alma y ahoga el canto. Alimentemos la semilla de alegría que Dios nos plantó muy dentro. Que surja, poderosa, la voz esperanzada, esa que clama en desiertos y montes, en calles y aulas, en hospitales, en prisiones, en hogares y en veredas. Cantemos, hasta la extenuación, la vida del Dios hecho niño, del Niño hecho Hombre, del Hombre crucificado que ha de vencer a la cruz, una vez más. Nadie va a detener al Amorque se despliega, invencible, en este mundo que aguarda. Aunque aún no lo veamos. (José María R. Olaizola, Sj)
Todo empezó con un «Ven». O con muchos. Ven a poblar nuestra soledad, decía el abandono. Ven a traer respuestas, pedía la inquietud. Ven a sanar las heridas, clamaba la compasión. Ven a tender puentes, proponían los abismos. Ven a mostrarnos un camino, gritaba el extravío. Ven a saciar nuestra hambre, rogaba la pobreza. Ven a mostrarnos tu rostro, decía el amor. Y Dios quiso venir. Las llamadas desencadenaron una respuesta. El silencio se abrió a la Palabra. La Palabra se hizo carne. La carne se volvió abrazo y en ese abrazo cabíamos todos. En Belén, la soledad se encontró con el cariño. La pregunta se convirtió en sabiduría. Las heridas dejaron de doler. Se trenzaron caminos en la niebla. La mesa se dispuso para todos, y Dios se hizo historia, con rostro de niño. Hoy, mucho tiempo después, seguimos llamando: «Ven». Es el momento de recordar una respuesta que, desde entonces, es promesa cumplida. Dios-con-nosotros. ¡Para siempre! (José María R. Olaizola, SJ)