“La gratitud que salva”
Diez leprosos claman a Jesús desde lejos. Él no los toca, no les impone las manos, no pronuncia palabras de sanación. Solo les dice: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Y mientras obedecen, son sanados. Pero solo uno regresa. Solo uno reconoce que no basta con recibir el milagro: hay que volver al origen, al corazón que lo hizo posible.
Este samaritano —extranjero, marginado doblemente— se convierte en modelo de fe. No solo fue sanado, fue salvado. Porque la gratitud no es solo cortesía: es adoración, es comunión, es reconocimiento de que todo bien viene de Dios.
Este texto puede inspirarnos a mostrar que el arte agradecido transforma. Que cada actitud, cada gesto, cada palabra que regresa a Dios con gratitud, se convierte en ofrenda viva. La fe que sana es preciosa, pero la fe que agradece… salva.
Liturgia del domingo