En tu cruz, Señor, solo hay dos palos, el que apunta como una flecha al cielo y el que acuesta tus brazos. No hay cruz sin ellos y no hay vuelo. Sin ellos no hay abrazo.
Abrazar y volar, ansias del hombre en celo. Abrazar esta tierra y llevármela dentro. Enséñame a ser tu abrazo. Y tu pecho. A ser regazo tuyo y camino hacia Ti de regreso. Pero no camino mío, sino con muchos dentro. Dime cómo se ama hasta el extremo. Y convierte en ave la cruz que ya llevo. ¡O que me lleva! porque ya estoy en vuelo. (Ignacio Iglesias, sj)
Señor Jesús, te lo pido: líbrame de ser mudo. Líbrame de aquello que no puedo decir, por miedo. Líbrame también de mi sordera: de no saber escuchar, por indiferencia. Líbrame de todos mis prejuicios, que me hacen excluir y marginar a otros. Como el hombre mudo del Evangelio, también quiero que te acerques a mí. Toca también mi lengua y mis oídos y pronuncia tu palabra de liberación en mí: ¡Effetá, Ábrete! Dame confianza para comunicarme con los demás con sinceridad. Pero sobre todo dame fuerza para hablar de Ti al mundo. Dame tu Gracia para crecer en capacidad para escuchar y anunciar Tu verdad. Señor, ya libre de mis miedos, me pides hablar de Ti a los que no te conocen. Me envías, siguiendo tu ejemplo, para poder acompañar dolores y sufrimientos, para transmitir tu Evangelio, y para ayudarte a construir un mundo de unión, respeto y dignidad. Te doy gracias, Señor, por ser un discípulo liberado. Dame tu Amor y Gracia, para poder amar y liberar a otros.
El que pone su seguridad en el cumplimiento de las leyes, se ha entregado a un amo frío e impersonal que sanciona nuestra complejidad como un golpe de cuchillo. El que pone su valía en la opinión ajena, se ha entregado a muchos amos externos a sí mismo, que lo ensalzan o lo condenan a su antojo. El que pone su autoestima en alcanzar las metas trazadas por sí mismo, se confía a fuerzas oscuras que nos mueven desde las propias sombras. El que pone su confianza en el Señor, se ha entregado al misterio personal, que nos acoge en nuestra complejidad tan ambigua, nos aprecia con un amor inmune a la decepción, nos libera de nuestro yo oscuro al ofrecernos crear su designio, y nos integra, rotos por los límites, en la comunión de su abrazo infinito.