«¿También vosotros queréis marcharos?»


Por primera vez experimenta Jesús que sus palabras no tienen la fuerza deseada. Sin embargo, no las retira sino que se reafirma más: «Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida, pero algunos de vosotros no creen». Sus palabras parecen duras, pero transmiten vida, hacen vivir, pues contienen Espíritu de Dios.

Jesús no pierde la paz. No le inquieta el fracaso. Dirigiéndose a los Doce les hace la pregunta decisiva: «¿También vosotros queréis marcharos?». No los quiere retener por la fuerza. Les deja la libertad de decidir. Sus discípulos no han de ser siervos sino amigos. Si quieren puede volver a sus casas.

Una vez más Pedro responde en nombre de todos. Su respuesta es ejemplar. Sincera, humilde, sensata, propia de un discípulo que conoce a Jesús lo suficiente como para no abandonarlo. Su actitud puede todavía hoy ayudar a quienes con fe vacilante se plantean prescindir de toda fe.

«Señor, ¿a quién iríamos?». No tiene sentido abandonar a Jesús de cualquier manera, sin haber encontrado un maestro mejor y más convincente: Si no siguen a Jesús se quedarán sin saber a quién seguir. No se han de precipitar. No es bueno quedarse sin luz ni guía en la vida.

Domingo XXI -B

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«Proclama mi alma la grandeza del Señor»

LO IMPOSIBLE

 

Nada es imposible para ti, y sin embargo, qué vulnerable.
Qué extraño Tu modo de ser supremo.
Qué salto impensable de la eternidad al tiempo.
Qué libre dueño el que se arriesga a un no.
Qué amor inabarcable se hace tan frágil.
Qué dominio, sin llaves ni cadenas.
Qué sorprendente, Dios, buscando madre.
Qué fuerte debilidad la que estalla en un Hágase
para transformar la historia. 


(José María Rodríguez Olaizola, sj)

 

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Tú eres el PAN de mi vida

TOMAD

Tomad y comed, que esto es mi cuerpo, curtido por el sol de los caminos, forjado en el encuentro cotidiano con quien no tiene sitio en otras mesas.
Cuerpo que habla con caricias sanadoras, con miradas benévolas y una mano extendida hacia quien la necesite.
Tomad y bebed la vida a borbotones, el amor generoso la justicia inmortal, hasta que no haya más sed en las gargantas resecas.
Bebed, apurad hasta el fondo el cáliz de la vida
dispuesta a servir, que la sangre derramada será semilla de esperanza para quien hoy llora.
Y después, haced vosotros lo mismo.

 

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