¡Envíame!

Cristo total (fragmento)


Jesucristo, nos dirigimos a Ti, no como a un lejano horizonte.
Tú estás cerca, eres el alma de nuestra alma, la intimidad de nuestra intimidad.
Siempre estamos contigo, porque somos carne de tu carne;
somos tu cuerpo.
Todo lo que sucede en el mundo, sucede dentro de nuestro Cuerpo de Cristo. Cada acto repercute en todos y cada uno. Nuestra pequeña tarea, nuestro esfuerzo minúsculo, tiene una potencia infinita porque es una gota en el caudal que empuja la turbina.
Por esto el mundo es sagrado: la calle está llena de Cristo. Reverentemente hay que recoger todas las migajas de hombre, porque allí estás Tú, Jesucristo. Si supiésemos ver, todo sería un éxtasis. Te amaríamos también en estos miembros magullados de tu eterna crucifixión.
Gracias, Señor, porque aun nuestra tarea profana es un gesto tuyo. Para hallarte no hay que retirarse en el egoísmo;
por el contrario, hay que sumergirse más en las cosas, hasta lo más profundo: exprimirlas hasta que gotee tu presencia.
(Luis Espinal, Sj: Oraciones a quemarropa)

 

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Dios no fuerza la fe

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Nos conformamos con lo sabido, con hábitos convertidos en ley, con imágenes inacabadas.

Preferimos la atrofia de límites seguros. Nos afanamos en hacer que el mundo encaje en dos esquemas.

Hasta a Dios lo apresamos en conceptos insuficientes. Matamos profetas, y silenciamos sabios.

Desechamos, con gesto incrédulo, la posibilidad de buenas noticias que no sean saldo y rutina.

Zarandéanos. Rompe las etiquetas que nos dejan dormir, pero no vivir. (José María R. Olaizola)

 

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«Levántate»

Papa Francisco: 

«Él nos espera, nos espera siempre, no para resolvernos mágicamente los problemas, sino para fortalecernos en nuestros problemas. Jesús no nos quita los pesos de la vida, sino la angustia del corazón; no nos quita la cruz, sino que la lleva con nosotros. Y, con Él, todo peso se vuelve ligero (Cfr 30), porque Él es el descanso que buscamos. Cuando en la vida entra Jesús, llega la paz, aquella que permanece aún en las pruebas, en los sufrimientos. Vayamos a Jesús, démosle nuestro tiempo, encontrémoslo cada día en la oración, en un diálogo confiado y personal; familiaricemos con su Palabra, redescubramos sin miedo su perdón, saciémonos con su Pan de vida: nos sentiremos amados y nos sentiremos consolados por Él.»

Hoy, en esta Eucaristía, cuando extiendas tu mano para recibirle, tocarás al Señor. No sólo el borde de su manto. Sino a él en persona. Ojalá que sientas que te restaura la vida, esa que a veces se te escapa a chorros o que te quitan otros. No importa si estás así desde hace muchos años. Él no va a reñirte, ya lo has visto.  A Jesús le bastan la sinceridad y la confianza… y que seas un poco atrevido. Confía en ti mismo, y en él. Te hará mucho bien.

 

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