Fiesta de la Asunción de María

Un Magnificat

Proclama mi alma tu grandeza, Señor.
Mi alegría echa raíz en tu vida, en tu presencia, en tu promesa.
Tú miras mi pequeñez, y a tus ojos, y en tus manos soy la persona más grande del mundo.
Tú traes salvación y prometes amor allá donde reina el egoísmo.
Prometes libertad a quien vive encadenado.
Ofreces encuentro a los abandonados y abundancia a los que nada tienen.
Lo hiciste en otro tiempo y lo sigues haciendo en tantos que hoy viven y actúan en tu nombre.
Yo quiero actuar en tu nombre, hablar con tus palabras, abrazar con tu ternura como María, como tantos otros, ahora y por siempre. Amén.
(José María R. Olaizola, sj)

 

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Caminar sostenidos por la fe en él y en su palabra

No es fácil vivir de esta fe desnuda. El relato evangélico nos dice que Pedro «sintió la fuerza del viento», «le entró miedo» y «empezó a hundirse». Es un proceso muy conocido: fijarnos solo en la fuerza del mal, dejarnos paralizar por el miedo y hundirnos en la desesperanza.

Pedro reacciona y, antes de hundirse del todo, grita: «Señor, sálvame». La fe es muchas veces un grito, una invocación, una llamada a Dios: «Señor, sálvame». Sin saber ni cómo ni por qué, es posible entonces percibir a Cristo como una mano tendida que sostiene nuestra fe y nos salva, al tiempo que nos dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudas?».

Liturgia del domingo

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La transfiguración del Señor

Transfigurar

Transfigurar cada instante con el halo de la belleza. En cada ojo que te mira, saber que se halla oculta una súplica de amor.
Pasar haciendo el bien, acariciando las cosas y los hombres como si fueran una flor o una estrella que nos hubiera nacido entre las manos.
Regalar la sonrisa sin usura y agradecer a todo cuanto existe el hecho de existir.
Hacer de cada día un cuadro de colores alegres, compasivos, cálidos, transparentes y acordados.
Caminar en silencio, con el alma abierta a los cuatro cardinales.
Ser una nota más en el himno grandioso del palpitar pausado de los mundos.
Estar a gusto aquí, en el Tabor glorioso de este instante, y dejar si es posible nuestra huella en la pasión de la palabra justa o en el temblor de la justa pincelada.
(Adolfo Sarabia)

 

Liturgia del domingo

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