Y el Espíritu vino, para recordarnos la verdad, para que tengamos memoria agradecida y corazón misionero. Entonces balbuceando dijimos: ven, ilumínanos, llénanos, sánanos. Abrimos los labios, y nos puso las palabras justas, alentándonos a ser personas sabias. Abrimos los oídos, y escuchamos el dolor silencioso de los pobres, el lamento hecho susurro de los nadies. Abrimos nuestras heridas y sentimos el soplo sanador y cicatrizante. Abrimos el corazón y nos encontramos amigos, hermanos, familia.
Eterno Señor, y Creador de todas las cosas: seguiremos buscando fronteras, para superarlas con tu Palabra que tira muros, que ofrece puentes, que forja encuentros. Nuestra casa, el mundo, nuestro más, tu reino. Pidiéndolo todo nos llamas de nuevo. Prometes hacer de nosotros fuego. Así que arderemos, si Tú eres la lumbre de hogueras que pongan calor en el frío, fulgor en las brumas, de noche, sosiego. Tras tu huella iremos, dejando olvidados los malos amores, intereses grises y quereres ciegos. Por bandera, un todo, por causa los pobres, por fe, tu evangelio. Con los pies de barro y la vida en juego nos basta tu gracia para alzar el vuelo.
Tú eres mi pastor, nada me falta, en verdes praderas me haces recostar; me conduces hacia fuentes tranquilas y reparas mis fuerzas; me guías por senderos de justicia como pide tu nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo: tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan. Tu bondad y lealtad me acompañan todos los días de mi vida; y habitaré en tu casa, Señor, por días sin término.