Ilumina nuestra fe

Orar es perderse en un silencio habitado.
Es escuchar, anhelando la voz amiga.
Es confiar, más allá de la eficacia y el método.
Es pelear contra los propios demonios.
Orar es jugarse la vida a una promesa. Es hacer silencio para que se llene de música. Es confiar en lo prometido más allá de las evidencias.
Es jugarse el tiempo sin comodín ni garantías.
Orar es mirarse a un espejo distinto. Es amar una caricia intangible. Es hacerse niño en los anhelos y volcar lo frágil en un concierto sin música.
Orar es bailar con la niebla. Es darle libertad a Dios, para cantar o callar, para llamar o esperar.
Orar es recordar de otro modo.
(José María Rodríguez Olaizola, sj)

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Agradecer siempre

Gratitud

«Gratitud, siento de pronto una fuerte gratitud… Dios mío, tómame de tu mano, te acompaño sin resistirme. No rehuiré nada de lo que me llegue en la vida, lo asimilaré con todas mis fuerzas, pero dame de vez en cuando un breve instante de tranquilidad… Me gusta estar protegida por el calor y la seguridad, pero tampoco me rebelaré si entro en el frío, siempre y cuando sea de tu mano. Iré a todas partes de tu mano y quiero procurar no tener miedo. Intentaré irradiar algo del amor, del verdadero amor humano que hay en mí, en cualquier parte que esté…
Prometo que viviré al máximo esta vida y que seguiré adelante. A veces pienso que mi vida empieza ahora mismo».

(Etty Hillesum)

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Renueva nuestras vidas

En lo pequeño

Es en lo pequeño donde se gestan las grandes historias.
En la desnudez vulnerable, en el hambre de evangelio, en la caricia tímida,
en la palabra discreta, en la revolución silenciosa. Así es tu amor.
Un grano de mostaza que ya anuncia un árbol.
Levadura invisible que entreteje, en lo profundo, una justicia inmortal que ha de alzarse al calor del fuego que es tu anuncio. Es en lo pequeño, sí,
donde cabe tu verdad. Magníficat recitado por una muchacha pobre.
Letras en la arena que solo el pecador entiende.
Perfume guardado para la fiesta especial. Amistad de un leproso que regresa a dar las gracias. Campesino que ayuda a cargar la cruz. Cabellos que secan lágrimas de agotamiento y culpa. Humano temor que pide: ‘Velad conmigo’. Así, en lo pequeño, explota el Reino. Y otra vez sin enterarnos.

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