Abrirnos al Misterio

Tus rumores

Me bastan los reflejos del sol temblando en la bóveda del puente, el frescor del pozo subiendo desde el agua inaccesible, la música del viento nocturno
entre las hojas intocables de los pinos, el perfume fugitivo que se deshila en el jardín, una gota de dignidad deslizando su dulzura en mi garganta. ¡Me bastan!
No puedo contemplar el sol de frente, ni vivir sumergido en el fondo de las aguas, ni pulsar con mis manos la sonora compañía de la noche, ni perfumar de fiesta todas las rutas ajadas de la vida, ni adelantar un solo segundo el brindis de todo el universo.
¡Me bastan los rumores que te acercan y te esconden! ¡Me bastan tus rumores!
(Benjamín G. Buelta, sj)

 

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Transforma nuestra historia con el fuego de tu Espíritu

Pentecostés

Primero era la noche cerrada, y el frío, y el temor a lo que ocultaban las sombras. Luego una chispa prendió una llama, y a su débil resplandor se empezaron a ver siluetas que a nadie amenazaban.
La llama se hizo hoguera, y a su alrededor se sentaron los habitantes del bosque para calentarse y compartir relatos y canciones. Comprendieron lo solos que habían estado hasta ese momento. Recordaron a otros que, como ellos, vagaban, entre temores y ausencias, por la tierra sin luz. Convirtieron algunas ramas en antorchas y se marcharon a buscar a quien erraba sin rumbo.
Ahora el bosque es un lugar menos sombrío, salpicado por la luz de cien hogueras, el calor de mil historias y el eco de todos los cantos. Algún día no quedarán resquicios poblados por el miedo ni la bruma, y todo estará bien.
(José María R. Olaizola, sj)

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Dios con nosotros

Jesús sube a los cielos

La última alegría fue quedarte marchándote.
Tu subida a los cielos fue ganancia, no pérdida: fue bajar a la entraña, no evadirte.
Al perderte en las nubes te vas sin alejarte, asciendes y te quedas, subes para llevarnos, señalas un camino, abres un surco.
Tu ascensión a los cielos es la última prueba de que estamos salvados, de que estás en nosotros por siempre y para siempre.
Desde aquel día la tierra no es un sepulcro hueco, sino un horno encendido: no una casa vacía, sino un corro de manos: no una larga nostalgia, sino un amor creciente.
Te quedaste en el pan, en los hermanos, en el gozo, en la risa, en todo corazón que ama y espera, en estas vidas nuestras que cada día ascienden a tu lado.

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