Domingo de Ramos

Por las calles empedradas de la capital Jerusalén desfilaba en días de victoria el poder armado, el fracaso del amor. Se prolongaba la mano en el filo de la espada, endurecían los rostros cascos metálicos, el orgullo flameaba en los penachos, y como cola de su manto lo seguía un cortejo de vencidos esclavos sangrando por las piedras. Pero hoy, un galileo pobre pasea el triunfo del amor en el burro de un amigo.

Todo el amor contenido en la estrechez de su cuerpo y de su espacio breve, brilla infinito en su mirada y enciende esperanza en los rostros que contempla. Las aclamaciones del pueblo, sin amo y sin consigna, salen libres de los pechos acostumbrados a encerrarse, y vuelan entre los ramos, fiesta en la danza de palmas y de olivos. Las piedras sin sosiego de los altos edificios acogen ahora el júbilo y gritan como profetas sus viejas historias de injusticias y saqueos. ¡En la noche herida de la historia que jadea con brillo puro de lucero el amor canta su dicha!

(Benjamín González Buelta,

 

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Señor, amigo de la vida

Reflexión Padre Damían – Parroquia Nuestra Señora de la Paz – Málaga
Se escucha en Microsoft Edge Y Firefox

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza.

Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere. El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar.

Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil Señor y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque sabemos que Tú nos cuidas” (cf. 1 P 5,7).

Quiero estar contigo

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La ceguera como camino hacia Jesús

Para el ciego de nacimiento, la ceguera no fue un obstáculo. Tampoco fue una fuente de resignación. Mucho menos fue un impedimento para creer. Su ceguera atrajo la mirada de Jesús. Algo en su corazón lo hizo confiar en Aquel a quien no veía. “El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía” (Jn 9,7).
Jesús realiza un signo que cambiará radicalmente la vida del hombre ciego. Todo signo en el contexto joánico tiene una función reveladora y pedagógica. Jesús se revela como “luz del mundo” (cf. Jn 9,5), una luz que ayuda a ver, mirar y contemplar como lo hace Dios: en clave esperanza y en clave de reconciliación. La pedagogía de la verdad implicará, en términos paulinos, “vivir como hijos de la luz”, lo cual se traducirá en una búsqueda de “la bondad, la justicia y la verdad”
La fe ayuda a ver más allá de lo evidente, de lo inmediato y de lo superficial. La fe ilumina la inteligencia y los sentidos para descubrir y reconocer lo bueno, lo bello y lo verdadero que hay en las personas y en los acontecimientos. La fe le permite al ciego de nacimiento reconocer que Jesús viene de Dios y puede realizar sus obras. Pero también le permite, junto con la capacidad biológica de ver, contemplar el rostro de Jesús y confesar: “Creo, Señor” (cf. Jn 9,38)

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