Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Los ve tristes y abatidos. Pronto no lo tendrán con él. ¿Quién podrá llenar su vacío? Hasta ahora ha sido él quien ha cuidado de ellos, los ha defendido de los escribas y fariseos, ha sostenido su fe débil y vacilante, les ha ido descubriendo la verdad de Dios y los ha iniciado en su proyecto humanizador. Jesús les habla apasionadamente del Espíritu. No los quiere dejar huérfanos. Él mismo pedirá al Padre que no los abandone, que les dé “otro defensor” para que “esté siempre con ellos”. Jesús lo llama “el Espíritu de la verdad”. ¿Qué se esconde en estas palabras de Jesús? Este “Espíritu de la verdad” no hay que confundirlo con una doctrina. Esta verdad no hay que buscarla en los libros de los teólogos ni en los documentos de la jerarquía. Es algo mucho más profundo. Jesús dice que “vive con nosotros y está en nosotros”. Es aliento, fuerza, luz, amor… que nos llega del misterio último de Dios. Lo hemos de acoger con corazón sencillo y confiado.
El pan partido sació los estómagos vacíos. Las piedras no pudieron acallar la Voz del justo.
El sepulcro está vacío. Quedan unas vendas, una losa movida –porque la vida remueve las losas que nos apresan–, una ausencia, y un sendero que se pierde en el horizonte.
Allí se adivinan la paz, la concordia, la risa de los inocentes que ya no lloran amarguras ni derrotas.
Y los pies se mueven, casi sin darse cuenta, para perseguir las huellas de quien nos pide, hoy y siempre, seguir caminando.
En tu abismo, quiero lanzarme y quiero habitar. En tu abismo, me dejo abrazar y contener. En tu abismo, todo mi ser se llena de vida vaciándome. En tu abismo, Vos mismo te fuiste descubriendo.
Sentado a la derecha del último para desde allí volver a recrear, para volver a recrearnos. Todo está cumplido en el abandono, la entrega y la confianza. Donde la Palabra se llena de silencios para parir libertades.
Libertades que nos nombran, que nos hacen ser. Tu abismo es el Camino, es la puerta estrecha. Tu abismo es el amanecer que hace nuevas todas las cosas y a nosotros también. (Marcos Alemán, sj)