Entrar por la puerta estrecha

Ama


No, no te arrepientas de amar contra viento y marea, contra prudencia y cálculo, contra seguridad y egoísmo.
Como Dios mismo, ama. Si abrazas, no encadenes, si reprendes, no destruyas.
No escatimes el tiempo, la ternura o las lágrimas.
No aprisiones los recuerdos, no embrides las historias.
Con libertad y afecto, ama. Con incertidumbre y compromiso.
Con el corazón en carne viva y las manos abiertas.
Con la fecundidad de quien engendra esperanza en silencios, canciones y versos.
Aunque tu amor sea imperfecto, ama. Es mejor intentarlo que endurecer la entraña para no arriesgarlo todo.
(José María Rodríguez Olaizola, sj)

 

Liturgia

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Fiesta de la Asunción de María

María es la gran creyente. La primera seguidora de Jesús. La mujer que sabe meditar en su corazón los hechos y las palabras de su Hijo. La profetisa que canta al Dios, salvador de los pobres, anunciado por él. La madre fiel que permanece junto a su Hijo perseguido, condenado y ejecutado en la cruz. Testigo de Cristo resucitado, que acoge junto a los discípulos al Espíritu que acompañará siempre a la Iglesia de Jesús.
Lucas, por su parte, nos invita a hacer nuestro el canto de María, para dejarnos guiar por su espíritu hacia Jesús, pues en el «Magníficat» brilla en todo su esplendor la fe de María y su identificación maternal con su Hijo Jesús.
María comienza proclamando la grandeza de Dios: «mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava». María es feliz porque Dios ha puesto su mirada en su pequeñez. Así es Dios con los sencillos. María lo canta con el mismo gozo con que bendice Jesús al Padre, porque se oculta a «sabios y entendidos» y se revela a «los sencillos». La fe de María en el Dios de los pequeños nos hace sintonizar con Jesús.

 

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En todo, aceptar tú voluntad

¡Oh, llama de amor viva, que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva, acaba ya, si quieres; rompe la tela de este dulce encuentro.
¡Oh, cauterio suave! ¡Oh, regalada llaga! ¡Oh, mano blanda! ¡Oh, toque delicado!
Que a vida eterna sabe y toda deuda paga; matando, muerte en vida la has trocado.
¡Oh, lámparas de fuego, en cuyos resplandores las profundas cavernas del sentido, que estaba oscuro y ciego, con extraños primores calor y luz dan junto a su querido!
¡Cuán manso y amoroso recuerdas en mi seno donde secretamente solo moras, y en tu aspirar sabroso de bien y gloria lleno cuán delicadamente me enamoras!

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