El Dios amigo de la vida

Jesús saca su propia conclusión haciendo una afirmación decisiva para nuestra fe: «Dios no es un  Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos». Dios es fuente inagotable de vida. La muerte no le va dejando a Dios sin sus hijos e hijas queridos. Cuando nosotros los lloramos porque los hemos perdido en esta tierra, Dios los contempla llenos de vida porque los ha acogido en su amor de Padre.
Según Jesús, la unión de Dios con sus hijos no puede ser destruida por la muerte. Su amor es más fuerte que nuestra extinción biológica. Por eso, con fe humilde nos atrevemos a invocarlo: «Dios mío, en Ti confío. No quede yo defraudado» (salmo 25,1-2).

 

Liturgia del domingo

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«Baja, hoy quiero quedarme en tu casa»

Zaqueo

No me dejes esperar sentado, cuando tú ya estás en los caminos.
Empújame, inquiétame, aviva en mí el deseo para lanzarme a buscarte. Yo te prometo intentarlo.
Escalaré montañas, salvaré distancias, preguntaré por Ti a la tierra, a los otros, a esa voz que brama tan dentro con verso de paz y evangelio.
Gastaré los días, atravesaré abismos en tu busca. Y si me canso, si vacilo, si reniego de ti alguna vez, no permitas que me rinda.
Sé que cuando escuche tu voz que pronuncia mi nombre y se invita a mi mesa, entenderé, al fin que la salvación ya estaba aquí.
(José María R. Olaizola, sj)

 

Liturgia del domingo

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«Ten compasión de mí Señor»

Publicano

Pensaba que podía todo que yo me bastaba, que siempre acertaba, que en cada momento vivía a tu modo y así me salvaba.
Rezaba con gesto obediente en primera fila, y una retahíla de méritos huecos era solo el eco de un yo prepotente.
Creía que solo mi forma de seguir tus pasos era la acertada.
Miraba a los otros con distancia fría porque no cumplían tu ley y tus normas.
Me veía distinto, y te agradecía ser mejor que ellos.
Hasta que un buen día tropecé en el barro, caí de mi altura, me sentí pequeño.
Descubrí que aquello que pensaba logros era calderilla.
Descubrí la celda, donde estaba aislado de tantos hermanos por falsos galones.
Me supe encerrado en el laberinto de la altanería.
Me supe tan frágil… y al mirar adentro tú estabas conmigo.
Y al mirar afuera, comprendí a mi hermano.
Supe que sus lágrimas, sus luchas y errores sus caídas y anhelos, eran también míos.
Ese día mi oración cambió. Ten compasión, Señor, que soy un pecador.
(José María R. Olaizola, sj)

Liturgia del domingo

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