La Cruz como Puerta de Vida

Jesús habla con Nicodemo y le revela un misterio profundo: así como Moisés elevó la serpiente en el desierto para sanar al pueblo, así también el Hijo del Hombre debe ser elevado. Esta “elevación” es la cruz, pero también es la glorificación. En ella, Dios no castiga, sino que salva.

  • La cruz no es derrota, sino medicina: como la serpiente de bronce, la cruz se convierte en signo de sanación para quienes la miran con fe.
  • El amor que salva: “Tanto amó Dios al mundo…” no es una frase cualquiera. Es el fundamento de nuestra esperanza. Dios no nos condena, nos busca para salvarnos.
  • Creer para vivir: la fe en Jesús crucificado no es solo adhesión intelectual, sino encuentro con el amor que transforma y da vida eterna.

Este texto nos invita a mirar la cruz no con temor, sino con gratitud. Es el lugar donde Dios se abaja para levantarnos.

Liturgia del domingo

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Seguirte, sin reservas…

Señor Jesús, tú no endulzas el camino, no prometes comodidad ni aplausos. Tú miras a la multitud y hablas con verdad: “Quien no carga su cruz, no puede ser mi discípulo.”

Hoy me detengo, como quien calcula el costo de una torre, como quien mide la fuerza antes de la batalla. ¿Estoy dispuesta/o  a dejarlo todo por ti? ¿A soltar incluso lo que más amo, si eso me impide seguirte con libertad?

Enséñame a amar sin poseer, a caminar sin miedo, a renunciar sin tristeza. Que mi cruz no sea símbolo de derrota, sino de entrega, de amor que se da sin condiciones.

Hazme discípula tuya, no por palabras bonitas, sino por decisiones valientes. Que mi vida sea torre construida sobre roca, y mi corazón, campo abierto para tu Reino.

Liturgia del domingo

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Invítame a tu mesa

“La humildad que honra a Dios”

Jesús no condena el banquete, sino la actitud. Nos dice:

“El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.”

La humildad no es pensar menos de uno mismo, sino pensar menos en uno mismo. Es abrir espacio para que otros brillen, para que el amor circule sin cálculo. Y cuando invita a acoger a los pobres, cojos, ciegos y lisiados, nos está revelando el corazón del Reino: un banquete donde nadie queda fuera, donde la recompensa no es terrenal, sino eterna.

Este texto interpela profundamente tu misión en: ¿Cómo invitas a los corazones heridos a tu mesa espiritual? ¿Cómo haces espacio para los que no pueden “pagarte”? Tu arte, tu música, tu palabra… son banquetes donde muchos encuentran consuelo. Y eso,  es humildad encarnada.

Señor Jesús, Tú que elegiste el último puesto, enséñame a vivir desde la humildad. Que no busque aplausos, sino verdad. Que no invite por interés, sino por amor. Haz de mi vida un banquete abierto, donde los pobres de alma encuentren consuelo, donde los heridos sean abrazados, donde nadie se sienta excluido. Que mi arte no sea exhibición, sino comunión. Que mi palabra no sea ruido, sino refugio. Y cuando llegue el día, que me digas: “Amiga/o, sube más arriba”, porque viví para servir, y amé sin esperar nada a cambio.

Liturgia del domingo

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Entrad por la puerta estrecha

La puerta estrecha

Jesús, en su camino hacia Jerusalén, no solo enseña, sino que revela verdades profundas sobre el Reino de Dios. Cuando alguien le pregunta si son pocos los que se salvan, Él no responde con cifras, sino con una exhortación: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”.

Esta puerta representa el camino del amor verdadero, la fidelidad, la humildad y la conversión continua. No basta con haber estado cerca de Jesús físicamente o culturalmente—lo que importa es vivir en coherencia con su mensaje. El Reino no es un privilegio automático, sino una gracia que requiere respuesta activa.

La imagen de personas que “comieron y bebieron” con Él, pero son desconocidas por el Señor, nos interpela: ¿estamos viviendo una fe superficial o una relación profunda con Dios? El Reino acoge a todos, incluso a los que vienen “del norte y del sur”, pero también exige sinceridad y transformación.

 

Liturgia del domingo

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