No puedo guardar mi vida en una caja de seguridad, ni en la cuenta secreta de un paraíso fiscal, ni entre paredes vigiladas por cámaras y espejos, ni en el frágil papel de las crónicas de moda, ni en la aprobación social que pronto se evapora. Yo solamente puedo guardar mi vida en el corazón de los pobres, en los cuencos de los ojos que tantean las aceras, en la inhóspita exclusión de emigrantes sin papeles, en la soledad helada de los que viven entre rejas, en el tedio de los últimos que nadie roba ni codicia. Porque ahí, en pobres, ciegos, solos, últimos, al entregar mi vida donde se pierde, la estoy guardando en ti, Dios pobre y cercano. (Benjamín González Buelta)
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Como Tomás… también dudo y pido pruebas. También creo en lo que veo. Quiero gestos. Tengo miedo. Solicito garantías. Pongo mucha cabeza y poco corazón. Pregunto, aunque el corazón me dice: «Él vive». No me lanzo al camino sin saber a dónde va. Quítame el miedo y el cálculo. Quítame la zozobra y la lógica. Quítame el gesto y la exigencia. Dame tu espíritu, y que al descubrirte, en el rostro y el hermano, susurre, ya convertido: «Señor mío y Dios mío». (José María R. Olaizola sj)
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Estalló desde dentro la vida. No había losa capaz de resistir la pujanza de un amor inmortal. La tristeza aún no lo sabía, pero había perdido la batalla. El dolor alumbró la fiesta. El llanto fue antesala del abrazo jubiloso. Los mercaderes de odio estaban arruinados. Dios reía. Y nosotros, empezamos a comprender. (José María R. Olaizola, sj)
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