«El que quiera servirme, que me siga…»

Yo también quisiera verte


Yo también quisiera verte, Señor: En los momentos de incertidumbre y angustia.
En los momentos de desconcierto y miedo. En los momentos de noche y tempestad.
En los momentos de luz y alegría.
Quisiera verte: En el rostro de los que me persiguen y critican.
En el rostro de quien me mira mal y no me quiere. En el rostro de los últimos y despojados.
En el rostro de los que comparto mi vida diariamente.
Quisiera verte: Al servir, al amar, al perdonar, al abrazar. Al caer, al quedarme sin fuerzas, al desesperar.
Quisiera verte en todos los momentos, en todos los rostros, en todas las circunstancias. Y poder decir: en todo amar y servir.
(Fermín Negre)

 

 

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El que realiza la verdad, se acerca a la luz

Candiles de lo absoluto

Que resurjan nuestras ganas de encender velas del amor de Dios en este mundo, para que nunca en él la oscuridad, nos vuelva ciegos al dolor del prójimo.
Que nuestra fe escuchimizada engorde, no solo con rezos, sino también con obras.
Pues el hambre y la sed de nuestros días, no digieren ya doctrinas sobre Dios.
Que el candil de nuestra vida sea luz no de mecha gastada ni humeante, sino de antorcha encendida que acompaña las preguntas sobre Dios en los golpes de la vida.
(Seve Lázaro, sj)

 

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Dios es amor, y el amor no se compra.

Mercaderes


Hay que enfadarse y gritar contra el que profana vidas, el vendedor de apariencias, contra el mercader de credos y el usurero de penas.
Hay que devolver un ‘no’ a quien comercia con guerras, y oponer la fe desnuda a las armas, a las fieras que a zarpazos amenazan esta humanidad hambrienta de sentido, de palabra, de esperanza, de inocencia.
Hay que tirar por el suelo las mesas de los cambistas que regatean con leyes y manipulan conciencias.
Plantarle cara a lo indigno, aunque resistir convierta en incómodo a quien lucha, en peligroso al que alega que no es amar un negocio, ni el egoísmo bandera.
Hay que despejar el templo de cerrojos y cadenas, de credos atornillados, y corazones de piedra.
Hay que silenciar el ruido, y dar voz a los profetas.
(José María R. Olaizola, SJ)

 

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