No me dejes esperar sentado, cuando tú ya estás en los caminos. Empújame, inquiétame, aviva en mí el deseo para lanzarme a buscarte. Yo te prometo intentarlo. Escalaré montañas, salvaré distancias, preguntaré por Ti a la tierra, a los otros, a esa voz que brama tan dentro con verso de paz y evangelio. Gastaré los días, atravesaré abismos en tu busca. Y si me canso, si vacilo, si reniego de ti alguna vez, no permitas que me rinda. Sé que cuando escuche tu voz que pronuncia mi nombre y se invita a mi mesa, entenderé, al fin que la salvación ya estaba aquí. (José María R. Olaizola, sj)
Pensaba que podía todo que yo me bastaba, que siempre acertaba, que en cada momento vivía a tu modo y así me salvaba. Rezaba con gesto obediente en primera fila, y una retahíla de méritos huecos era solo el eco de un yo prepotente. Creía que solo mi forma de seguir tus pasos era la acertada. Miraba a los otros con distancia fría porque no cumplían tu ley y tus normas. Me veía distinto, y te agradecía ser mejor que ellos. Hasta que un buen día tropecé en el barro, caí de mi altura, me sentí pequeño. Descubrí que aquello que pensaba logros era calderilla. Descubrí la celda, donde estaba aislado de tantos hermanos por falsos galones. Me supe encerrado en el laberinto de la altanería. Me supe tan frágil y al mirar adentro tú estabas conmigo. Y al mirar afuera, comprendí a mi hermano. Supe que sus lágrimas, sus luchas y errores sus caídas y anhelos, eran también míos. Ese día mi oración cambió. Ten compasión, Señor, que soy un pecador. (José María R. Olaizola, sj)
No basta un «habría que» para dar forma a los sueños. Pintar el amor en muros de piedra no garantiza vivirlo. Conformarse con listas de canciones tristes es jugar a los náufragos. La profecía no puede ser tan solo un eslogan de camiseta. No hay expertos en todo. De poco sirve un quizás cuando nos pides un «sí»; de nada, un «alguien lo hará», cuando tú esperas un «yo». Es la constante tensión que atraviesa nuestros días: sobrevolar o zambullirnos. Tú pones la encrucijada, y nos dejas la decisión: vender aire o ser testigos del Reino. (José María R. Olaizola, sj
Dios, Señor Mío, no tengo idea de adónde voy. No veo el camino delante de mí. No puedo saber con certeza dónde terminará. Tampoco me conozco realmente, y el hecho de pensar que estoy siguiendo tu voluntad no significa que en realidad lo esté haciendo. Pero creo que el deseo de agradarte, de hecho te agrada. Y espero tener ese deseo en todo lo que haga. Espero que nunca haga algo apartado de ese deseo. Y sé que si hago esto me llevarás por el camino correcto, aunque yo no me dé cuenta de ello. Por lo tanto, confiaré en ti siempre, aunque parezca estar perdido a la sombra de la muerte. No tendré temor porque estás siempre conmigo, y nunca dejarás que enfrente solo mis peligros. Amén. (Thomas Merton