Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados

Venid a mí

Venid a mí, bramó la tormenta, invitándonos a adentrarnos en su intemperie llena de posibilidades.
Venid a mí, dijo la luz, alejando de nosotros el temor a la sombra.
Venid a mí, propuso la esperanza, convertida en caricia para quienes andaban cansados y afligidos.
Venid a mí, exclamó la pasión, prometiendo un nuevo fuego al rescoldo de corazones que en otro tiempo ardieron.
Venid a mí, exigió la justicia, herida  en las víctimas por tanta mentira dicha en su nombre.
Venid a mi, susurró el silencio, mostrando, con los brazos abiertos, una forma distinta de cantar.
Venid a mí, gritó la soledad, cansada de deserciones y abandono.
Venid a mí, pidió el dolor, ofreciendo su rostro herido para que la compasión lo acunase.
Venid a mí, llamó el dios de los encuentros.
Y fuimos. A veces vacilantes, con toda nuestra inseguridad a cuestas.
Pero fuimos.

(José María R. Olaizola Sj)

 

Liturgia del domingo

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«El que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí»

Creer en un Dios Salvador que, ya desde ahora y sin esperar al más allá, busca liberarnos de lo que nos hace daño no ha de llevarnos a entender la fe cristiana como una religión de uso privado al servicio exclusivo de nuestros problemas y sufrimientos. El Dios de Jesucristo nos pone siempre mirando al que sufre. El evangelio no centra a la persona en su propio sufrimiento, sino en el de los otros. Solo así se vive la fe como experiencia de salvación.

En la fe como en el amor todo suele andar muy mezclado: la entrega confiada y el deseo de posesión, la generosidad y el egoísmo. Por eso no hemos de borrar del evangelio esas palabras de Jesús que, por duras que parezcan, nos ponen ante la verdad de nuestra fe: «El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará».

 

Liturgia del domingo

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Confío en ti

Muro de carga

A menudo, ni estás ni se te espera. Otras, como que llegas y te vas.
¿Dónde habitas confianza?
Muro de carga de mi inestable vida. Tan diminuta te arrancaron de mis manos,
que nunca supe pensarte ingente, apoyarme en ti.
Durante muchos años imaginé que crecerías con el tiempo, con la edad.
Que te harías grande cuando yo lo fuera. Un resultado cualquiera de mi esfuerzo, de mi ingenio y de mi entrega.
Ahora que voy de vuelta en la vida, de triunfalismos falsos, sé que nunca se te conquista.
Y hasta tu estatura, últimamente, se muestra inversa a la mía: Tú más fuerte
cuando yo más endeble.
¡Devuélveme a tu casa, confianza! Extírpame uno a uno, los apremios, los agobios, los perfeccionismos.
Gradúa con paciencia mis torpes ojos, hasta que aprendan a ver cómo en las pequeñas cosas y en las personas pequeñas sigues forjando los cimientos de un nuevo mundo por hacer.
(Seve Lázaro, sj)

 

Liturgia del domingo

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