Ten compasión de mí, Señor.

Necesito

Necesito tu presencia, un tú inagotable y encarnado que llena toda mi existencia, y tu ausencia, que purifica mis encuentros de toda fibra posesiva.
Necesito el saber de ti que da consistencia a mi persona y mis proyectos, y el no saber que abre mi vida a tu novedad y a toda diferencia.
Necesito el día claro en el que brillan los colores y se definen los linderos del camino, y la noche oscura en la que se afinan mis sentimientos y mis sentidos.
Necesito la palabra en la que te dices y me digo sin acabar nunca de decirnos, y el silencio en el que descansa mi misterio en tu misterio.
Necesito el gozo que participa de tu alegría, última verdad tuya y del mundo, y el dolor, comunión con tu dolor universal,
origen de la compasión y la ternura.

(Benjamín González Buelta sj)

 

Liturgia del domingo

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Fiesta de la Asunción de María

Un Magnificat

Proclama mi alma tu grandeza, Señor.
Mi alegría echa raíz en tu vida, en tu presencia, en tu promesa.
Tú miras mi pequeñez, y a tus ojos, y en tus manos soy la persona más grande del mundo.
Tú traes salvación y prometes amor allá donde reina el egoísmo.
Prometes libertad a quien vive encadenado.
Ofreces encuentro a los abandonados y abundancia a los que nada tienen.
Lo hiciste en otro tiempo y lo sigues haciendo en tantos que hoy viven y actúan en tu nombre.
Yo quiero actuar en tu nombre, hablar con tus palabras, abrazar con tu ternura como María, como tantos otros, ahora y por siempre. Amén.
(José María R. Olaizola, sj)

 

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Caminar sostenidos por la fe en él y en su palabra

No es fácil vivir de esta fe desnuda. El relato evangélico nos dice que Pedro «sintió la fuerza del viento», «le entró miedo» y «empezó a hundirse». Es un proceso muy conocido: fijarnos solo en la fuerza del mal, dejarnos paralizar por el miedo y hundirnos en la desesperanza.

Pedro reacciona y, antes de hundirse del todo, grita: «Señor, sálvame». La fe es muchas veces un grito, una invocación, una llamada a Dios: «Señor, sálvame». Sin saber ni cómo ni por qué, es posible entonces percibir a Cristo como una mano tendida que sostiene nuestra fe y nos salva, al tiempo que nos dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudas?».

Liturgia del domingo

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