
Este pasaje nos muestra a Jesús profundamente comprometido con la santidad de la casa de su Padre. Su gesto de expulsar a los mercaderes del templo no es solo una reacción contra el comercio, sino una proclamación profética: el templo no es un mercado, sino un lugar de encuentro con Dios.
Jesús revela que el verdadero templo es su cuerpo, anticipando su muerte y resurrección. Esta revelación nos invita a mirar más allá de los edificios y rituales, y reconocer que Dios habita en nosotros. Como dice san Pablo: “¿No sabéis que sois templo de Dios?” (1 Cor 3,16). Esta conciencia transforma nuestra vida cotidiana en liturgia viva.
La purificación del templo también nos interpela personalmente: ¿Qué ocupa el espacio sagrado de nuestro corazón? ¿Qué necesita ser expulsado para que Dios habite plenamente en nosotros?
Liturgia del domingo







