
Jesús sube a la montaña, como Moisés en el Sinaí, pero en lugar de entregar mandamientos, ofrece una visión radical del Reino de Dios. No se dirige a los poderosos, sino a los pobres, los mansos, los que lloran, los perseguidos… a los que el mundo suele ignorar. Cada bienaventuranza es una promesa de esperanza y una revelación del corazón de Dios:
“Bienaventurados los pobres de espíritu”: No es pobreza material, sino humildad interior. El Reino pertenece a quienes reconocen su necesidad de Dios.
“Bienaventurados los que lloran”: Dios no es indiferente al sufrimiento. Hay consuelo divino para cada lágrima.
“Bienaventurados los pacificadores”: No basta con evitar el conflicto; se trata de construir puentes, sanar divisiones, ser hijos del Dios de la paz.
Jesús no ofrece una ética de éxito, sino una espiritualidad de entrega. Nos invita a mirar el mundo con los ojos del cielo, donde lo pequeño es grande, lo débil es fuerte, y lo invisible es eterno.
Liturgia del domingo








