
Al recordar el 28 de octubre de 1965, elevamos el corazón en gratitud por la vida entregada de Madre Soledad de la Cruz Rodríguez Pérez, fundadora de la Congregación Misioneras del Divino Maestro. Su paso por este mundo fue una ofrenda silenciosa, ardiente y fecunda, sembrada en el surco de la educación cristiana y el amor a los más pobres.
Desde su infancia en Zamora, España, hasta su consagración como religiosa educadora, Madre Soledad vivió con radical fidelidad el llamado de Dios. Su encuentro providencial con Francisco Blanco Nájera dio origen a una obra que aún hoy ilumina caminos: una congregación nacida bajo el amparo de la Virgen Inmaculada, con el anhelo de formar corazones y mentes en la fe.
Su muerte no fue un final, sino una siembra. Con salud quebrantada, pero alma firme, partió hacia el encuentro definitivo con el Divino Maestro, dejando como legado una pedagogía del amor, la humildad y la presencia viva de Dios en cada gesto educativo.
Hoy, sus hijas espirituales y todos los que hemos sido tocados por su carisma, decimos con esperanza: “La fe que educa, la fe que sirve, la fe que salva”. Que su memoria nos inspire a vivir con sencillez, ardor misionero y profunda comunión con el Maestro que ella tanto amó.








