
Jesús nos presenta dos formas de orar: una centrada en el ego y otra en la verdad del alma. El fariseo se justifica a sí mismo, mientras el publicano se reconoce necesitado de misericordia. La enseñanza es clara: Dios no mira las apariencias, sino la sinceridad del corazón.
Humildad verdadera: El publicano no presume, no compara, no se excusa. Solo se presenta como es: pecador necesitado de Dios.
Oración auténtica: No se trata de decir muchas palabras, sino de abrir el alma. La oración que toca el corazón de Dios es la que nace del reconocimiento humilde.
Justificación divina: Jesús afirma que el publicano volvió a casa justificado. La humildad abre el camino a la gracia.
“Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Lc 18,14).
Liturgia del domingo








