Con el fuego del Espíritu

Yo, Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús, por designio de Dios, y Sóstenes, nuestro hermano, escribimos a la Iglesia de Dios en Corinto, y en Roma, y en Jerusalén. A la Iglesia de estos primeros comienzos, y a la Iglesia que, siglos, milenios después, seguirá en marcha, llevando por bandera el nombre y la vida de Cristo Jesús. Escribimos a todos aquellos que han sido llamados –incluso sin ellos saberlo todavía–. Te escribimos a ti, también a ti. Llamados al amor verdadero. Llamados a la justicia que es mayor que la ley. Llamados al testimonio sincero de una vida comprometida. Llamados a mostrar que Jesús es Señor. Y, atravesando el tiempo y la historia, te digo que la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo, esté contigo. Que esa paz sea proyecto y verdad. Que sea la forma de relacionarte con los otros. Que sea tu forma de vivir la fe. No una paz mortecina, sino convencida. No una paz indiferente, sino apasionada. No una paz oscura, sino brillante, con la luz del evangelio. Es hora de que tú también seas apóstol. Y que lleves la paz adonde vayas.

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