El abismo de la indiferencia

La parábola del rico y Lázaro— es una de las más conmovedoras y provocadoras que Jesús comparte. Nos confronta con la indiferencia, la justicia divina y la urgencia de escuchar la Palabra antes de que sea demasiado tarde.

 Jesús nos presenta dos mundos que conviven sin tocarse: el del rico, rodeado de lujo, y el de Lázaro, cubierto de llagas, olvidado en la puerta. No hay condena por tener bienes, sino por ignorar al que sufre. El pecado del rico no fue su riqueza, sino su ceguera espiritual, su incapacidad de ver a Lázaro como hermano.

La parábola nos recuerda que el tiempo de actuar es ahora. No basta con arrepentirse después; la vida es el espacio donde se decide el destino eterno. El “abismo” que separa a ambos en la otra vida es el reflejo del abismo que el rico construyó en la tierra: el abismo de la indiferencia, del egoísmo, de la falta de compasión.

Lázaro, cuyo nombre significa “Dios ayuda”, representa a todos los que esperan consuelo, dignidad y justicia. ¿Quiénes son los Lázaros que esperan a nuestra puerta hoy? ¿Qué puertas debemos abrir?

Liturgia del domingo

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Sabiduría para Servir a Dios

El pasaje de Lucas 16,1-13 nos presenta la parábola del administrador astuto, una historia que a primera vista puede parecer desconcertante, pero que encierra una profunda enseñanza espiritual sobre el uso del dinero, la fidelidad y el discernimiento entre dos señores: Dios y las riquezas

Señor Jesús, Tú que conoces los secretos del corazón, enséñame a ser fiel en lo poco, a administrar con sabiduría lo que me has confiado.  Como el administrador que actuó con astucia, quiero aprender a usar los bienes de este mundo no para mi gloria, sino para sembrar tu Reino. No permitas que el dinero se convierta en mi amo, ni que la comodidad me robe la generosidad. Hazme libre de toda codicia, y rico en amor, justicia y compasión. Que mi vida sea una ofrenda, que mis decisiones reflejen tu luz, y que mi corazón te sirva solo a Ti.Porque no se puede servir a dos señores, y yo elijo servirte a Ti, mi único Dios, mi verdadero tesoro.

 

Liturgia del domingo

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La Cruz como Puerta de Vida

Jesús habla con Nicodemo y le revela un misterio profundo: así como Moisés elevó la serpiente en el desierto para sanar al pueblo, así también el Hijo del Hombre debe ser elevado. Esta “elevación” es la cruz, pero también es la glorificación. En ella, Dios no castiga, sino que salva.

  • La cruz no es derrota, sino medicina: como la serpiente de bronce, la cruz se convierte en signo de sanación para quienes la miran con fe.
  • El amor que salva: “Tanto amó Dios al mundo…” no es una frase cualquiera. Es el fundamento de nuestra esperanza. Dios no nos condena, nos busca para salvarnos.
  • Creer para vivir: la fe en Jesús crucificado no es solo adhesión intelectual, sino encuentro con el amor que transforma y da vida eterna.

Este texto nos invita a mirar la cruz no con temor, sino con gratitud. Es el lugar donde Dios se abaja para levantarnos.

Liturgia del domingo

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Seguirte, sin reservas…

Señor Jesús, tú no endulzas el camino, no prometes comodidad ni aplausos. Tú miras a la multitud y hablas con verdad: “Quien no carga su cruz, no puede ser mi discípulo.”

Hoy me detengo, como quien calcula el costo de una torre, como quien mide la fuerza antes de la batalla. ¿Estoy dispuesta/o  a dejarlo todo por ti? ¿A soltar incluso lo que más amo, si eso me impide seguirte con libertad?

Enséñame a amar sin poseer, a caminar sin miedo, a renunciar sin tristeza. Que mi cruz no sea símbolo de derrota, sino de entrega, de amor que se da sin condiciones.

Hazme discípula tuya, no por palabras bonitas, sino por decisiones valientes. Que mi vida sea torre construida sobre roca, y mi corazón, campo abierto para tu Reino.

Liturgia del domingo

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