Fuego que purifica

Este pasaje del Evangelio de Lucas nos confronta con una imagen de Jesús que rompe con la expectativa de paz superficial. Él declara con intensidad: “He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!” Esta frase no habla de destrucción, sino de transformación. El fuego que Jesús desea encender es el fuego del Espíritu, de la verdad, de la conversión radical. Es un fuego que purifica, que ilumina, que revela lo oculto y quema lo que impide el Reino de Dios.

💧 El bautismo de sufrimiento

Jesús habla también de un “bautismo” que debe recibir, refiriéndose a su pasión y muerte. Este bautismo no es solo un rito, sino una inmersión profunda en el dolor, en la entrega total por amor. Su angustia revela la humanidad de Cristo, que no evade el sufrimiento, sino que lo abraza como camino de redención. Nos invita a mirar nuestra propia vida: ¿Qué bautismos de entrega estamos llamados a vivir? ¿Qué fuego necesita prenderse en nuestro corazón?

La afirmación “¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división” puede parecer desconcertante. Pero Jesús no está promoviendo el conflicto por sí mismo, sino señalando que su mensaje provoca decisiones. El Evangelio exige tomar postura, y esa elección puede generar tensiones incluso en los vínculos más íntimos. La división que menciona no es odio, sino el resultado de la fidelidad a la verdad en un mundo que muchas veces la rechaza.

🌱 Para nuestra vida hoy

  • ¿Qué fuego necesita prenderse en tu vida para que ardas en amor, justicia y verdad?
  • ¿Qué bautismo de entrega estás evitando, y cómo podrías abrazarlo con fe?
  • ¿Estás dispuesto a vivir el Evangelio aunque eso te coloque en tensión con tu entorno?

Este texto nos llama a una fe valiente, ardiente, que no se conforma con la tibieza. Jesús no vino a acomodarnos, sino a encendernos. ¿Estás listo para arder con Él?

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Agradecimiento, fidelidad y confiar…

Señor, hoy elevo mi corazón en gratitud por tu presencia constante, por cada susurro de esperanza en medio del silencio, y por tu fidelidad que nunca se quiebra, aun cuando mis fuerzas flaquean. Gracias por sostenerme con tu mano firme, por caminar conmigo en los valles y en las cumbres, y por encender en mí una fe que no se apaga, una fe que ve más allá de lo visible y se aferra a tus promesas eternas.

En ti confío, en ti descanso, porque tu amor es mi refugio y tu verdad mi guía.  (Crismon)

Liturgia del domingo

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Ser rico ante Dios implica vivir con gratitud

“Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios”. Ser rico ante Dios implica vivir con gratitud, compartir con los demás, y tener el corazón abierto a lo eterno. Es una invitación a revisar nuestras prioridades y a preguntarnos: ¿Qué tesoros estoy acumulando?

Este Evangelio nos interpela a todos. ¿Dónde está puesta nuestra seguridad? ¿En lo que tenemos o en lo que somos ante Dios? En tiempos de incertidumbre, esta parábola nos recuerda que lo único verdaderamente seguro es el amor de Dios y la riqueza que nace de vivir en comunión con Él y con los demás.

 

Liturgia del domingo

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El Buen Samaritano

No es automático que quien frecuenta la casa de Dios y conoce su misericordia  no sepa amar al prójimo. ¡No es automático! Tú puedes conocer toda la Biblia, tú puedes conocer todas las normas litúrgicas, tú puedes conocer toda la teología, pero del conocer no es automático el amar: el amar tiene otro camino. Con inteligencia, pero con algo más… El sacerdote y el levita ven, pero ignoran; miran, pero no proveen. Ni siquiera existe un verdadero culto si ello no se traduce en servicio al prójimo. No lo olvidemos: ante el sufrimiento de tanta gente agotada por el hambre, por la violencia y la injusticia, no podemos permanecer como espectadores. ¡Ignorar el sufrimiento del hombre, ¿Qué cosa significa? Significa ignorar a Dios! Si yo no me acerco a aquel hombre, a aquella mujer, a aquel niño, a aquel anciano o aquella anciana que sufre, no me acerco a Dios.

El samaritano, es decir, aquel despreciado, aquel sobre quien nadie habría apostado nada, y que de todos modos también él tenía sus deberes y sus cosas por hacer, cuando vio al hombre herido, no pasó de largo como los otros dos, que estaban relacionados con el Templo, sino «lo vio y se conmovió». Así dice el Evangelio: «Tuvo compasión», es decir, ¡el corazón, las vísceras, se han conmovido! Esta ahí la diferencia. Los otros dos «vieron», pero sus corazones permanecieron cerrados, fríos. En cambio, el corazón del samaritano era sintonizado con el corazón de Dios. De hecho, la «compasión» es una característica esencial de la misericordia de Dios.

 

Liturgia del domingo

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