Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy

Desde el silencio…

Padre, Dios, en esta noche de la última Cena, nos quedamos asombrados ante la fidelidad de Jesús a tu Plan de salvación, y ante su entrega incondicional a la humanidad. En esta noche de la última Cena, Padre de Jesucristo, ésta es nuestra plegaria: Envíanos tu Espíritu para seguir el proyecto de Jesús. Que su amor nos haga gratuitos. Que su valentía nos llene de fortaleza. Que su decisión alumbre nuestra fe. Que su vida entregada nos mueva a la ternura. Queremos entregar nuestra vida a ti, Padre bueno. Ser testigos creíbles de que el amor es más fuerte.

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Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre

Preguntas en Jerusalén

¿De qué valen los «Hossannah» si te volvemos la espalda?
¿Para qué tanto alboroto, si mañana callaremos, o gritaremos el nombre,
del barrabás de turno?
¿A dónde van las promesas que se lleva el viento?
¿A quién sirve el pan que se esconde y no se reparte?
Y los aplausos de hoy, ¿en qué se convertirán, si caes en desgracia?
¿Quién nos enseñará a amar, si encerramos el corazón en una jaula de piedra? Tú, Señor, nos traerás todas las respuestas en el pan partido,
en el amor crucificado, en el sepulcro vacío.
Es tiempo de contemplar, y escuchar tu Palabra.

(José María R. Olaizola, sj)

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Yo no te condeno…

Latidos


Un Dios de corazón y no de ley. Una mirada de calor y no de hielo.
Un Señor de los nuestros, no distante. El padre para todos, no el príncipe de algunos.
Una Palabra que habla en los gestos: el pan compartido, la fiesta de los impuros, la denuncia del soberbio, la bienaventuranza del pobre, el envío de los débiles, la amistad con los solos, la mano firme que alza a la adúltera, la risa y el llanto de quien está vivo, la plegaria del hombre angustiado, el silencio ante el juez injusto, los brazos clavados en una cruz, el grito de perdón, un sepulcro sin muerto, los destellos del que vive para siempre.
¿Qué hay en el corazón de Dios? Un Amor eterno, cercano y apasionado.
Una pasión que sepulta a la muerte. Un grito que da sentido a la historia.
La voluntad inquebrantable. de abrirnos paso a la Vida.

(José María R. Olaizola, sj)


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