¿Sí o no? Si digo ‘voy’, y me quedo, si canto paz, y golpeo, si ofrezco pan y doy piedras, si hablo de amor y lo niego, si farfullo mil promesas para las que nunca hay tiempo, despiértame, Dios, pues duermo y sin saberlo ando ciego. Si digo, ‘no’, pero acepto, si aunque proteste, me entrego, si lo que rechazo hablando lo contradicen los gestos, si hay más verdad y evangelio en mis obras que en mis versos, alégrate, Dios, pues vivo en tus brazos, aun sin verlo.
(José María R. Olaizola, sj)
Enlace permanente a este artículo: https://www.divinomaestro.com/?p=6198
Nunca podemos decir que «ya hemos encontrado a Dios», que ya le conocemos, que ya sabemos definitivamente su voluntad. Como tampoco podemos decir que «ya tenemos conseguido el amor de alguien» (menos si ese Alguien es Dios). Porque el amor no es una «cosa» que se encarga, se compra o se consigue, se tiene, se posee, se controla… sino algo que hay que sembrar, trabajar y cuidar cada día. Como una viña: al comenzar el día, a media mañana, a media tarde y al anochecer…
Como puede ser engañoso pensar que «ya hemos encontrado el sentido de nuestra vida», porque la vida es algo cambiable e incontrolable, imprevisible, sorprendente, que pide a cada momento que vayamos reorientando, corrigiendo, adaptando, interpretando, discerniendo lo que ella nos va trayendo. El sentido de la vida es algo dinámico, en continuo movimiento. Como la vida misma.
Enlace permanente a este artículo: https://www.divinomaestro.com/?p=6186
Los discípulos le han oído a Jesús decir cosas increíbles sobre el amor a los enemigos, la oración al Padre por los que nos persiguen, el perdón a quien nos hace daño. Seguramente les parece un mensaje extraordinario pero poco realista y muy problemático.
Pedro se acerca ahora a Jesús con un planteamiento más práctico y concreto que les permita, al menos, resolver los problemas que surgen entre ellos: recelos, envidias, enfrentamientos, conflictos y rencillas. ¿Cómo tienen que actuar en aquella familia de seguidores que caminan tras sus pasos. En concreto: «Si mi hermano me ofende, ¿Cuántas veces le tengo que perdonar?».
Enlace permanente a este artículo: https://www.divinomaestro.com/?p=6179
«La verdadera corrección fraterna es dolorosa porque se hace con amor, verdad y humildad. Si sentimos placer por corregir, esto no viene de Dios.
El hermano que se equivoca, debe ser corregido con caridad: “No se puede corregir a una persona sin amor ni sin caridad. No se puede hacer una intervención quirúrgica sin anestesia: no se puede, porque el enfermo moriría de dolor. Y la caridad es como una anestesia que ayuda a recibir la cura y a aceptar la corrección. Llamarlo personalmente, con mansedumbre, con amor y hablarle”.
Es necesario hablar con la verdad: Las habladurías hieren; las habladurías son bofetadas contra la fama de una persona, son bofetadas contra el corazón de una persona.
Corregir con humildad: “Si tú debes corregir un defecto pequeño, ¡piensa que tú tienes tantos más grandes!”: La corrección fraterna es un acto para curar el cuerpo de la Iglesia. Hay un agujero, allí, en el tejido de la Iglesia que es necesario remendar. Si tú no eres capaz de hacerla con amor, con caridad, en la verdad y con humildad, tú harás una ofensa, una destrucción al corazón de esa persona, tú harás una habladuría más, que hiere, y tú te transformarás en un ciego hipócrita, como dice Jesús. ‘Hipócrita, quita primero la viga de tu ojo….’. ¡Hipócrita! Reconoce que tú eres más pecador que el otro, pero que tú, como hermano, debes ayudar a corregir al otro”.
Papa Francisco
Enlace permanente a este artículo: https://www.divinomaestro.com/?p=6174