Qué bien se está aquí, donde la palabra acaricia y la presencia sostiene. Donde el calor abraza y fluye el afecto. Donde el amor se vive y la justicia es posible. Qué bien se está, lejos de gritos y guerras vanas, dejando que el trueno se apague y la alegría se vuelva baile. Pero toca regresar a la tierra de todos, donde el fragor cotidiano es más áspero y duro. Toca volver, a los conflictos pendientes, a las heridas abiertas a la verdad peleada, a las preguntas que muerden, a los nombres difíciles, para sembrar el mundo de evangelio y esperanza. (José María Rodríguez Olaizola)
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Gracias, Señor, por tu silencio. Se abre delante de nosotros como un respeto cálido, donde podemos ensayar nuestras palabras de aprendices, alentados por tu mirada que nos contempla con cariño. En tu silencio nos decimos, originales y nuestros, nos escribimos en tu acogida de página en blanco. Trazamos nuestra ruta en tu hoja azul de mar en calma y días luminosos, o en tu calcinada superficie de arena y desierto perdidos en la historia sin huellas por delante. A veces en tu silencio crece nuestra pregunta como el garfio en una mano cortada. Es de acero afilado nuestra angustia, es dura y urgente, y trata de clavarse en tu misterio mudo para rasgarlo de arriba abajo y para encontrarte como única respuesta. Pero tú sólo te revelas en el tiempo maduro. Por más que te digas siempre serás silencio, infinita palabra en la que siempre te seguirás revelando, cálido respeto en el que crecemos al decirnos y estrenarnos.
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