Mantén siempre la alegría. Y no dejes de orar. Da gracias a Dios cada día, y por tanto bien recibido. Esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de ti. No apagues el espíritu. Y no desprecies el don de profecía que se te ha dado. Tienes que hablar en su nombre. Y examina la vida, quedándote con lo bueno. Guárdate de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la paz te consagre totalmente, y que todo tu espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la venida de Nuestro Señor Jesucristo. Él, que te ha llamado, es fiel y cumplirá sus promesas.
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«Alégrate». Es la primera palabra que escucha el que se prepara para vivir una experiencia buena. Hoy no sabemos esperar. Somos como niños impacientes que lo quieren todo enseguida. Vivimos llenos de cosas. No sabemos estar atentos para conocer nuestros deseos más profundos. Sencillamente, se nos ha olvidado esperar a Dios y ya no sabemos cómo encontrar la alegría.
Nos estamos perdiendo lo mejor de la vida. Nos contentamos con la satisfacción, el placer y la diversión que nos proporciona el bienestar. En el fondo, sabemos que es un error, pero no nos atrevemos a creer que Dios, acogido con fe sencilla, nos puede descubrir otros caminos hacia la alegría.
«No tengas miedo». La alegría es imposible cuando se vive lleno de miedos que nos amenazan por dentro y desde fuera. ¿Cómo pensar, sentir y actuar de manera positiva y esperanzadora?, ¿cómo olvidar nuestra impotencia y nuestra cobardía para enfrentarnos al mal?
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Te necesito Señor y te busco. Deambulo por lugares vacíos de tu presencia y me choco contra muros. Te llamo y me respondes desde lugares a los que no quiero ir. Bebo sin saciarme de fuentes tranquilas cuando el agua viva está en medio del fuego, en el fango. Mancharme, quemarme, solo por Ti. Te necesito, Señor, y te busco. Solo necesito eso: estar contigo, vivir como Tú. Aunque duela, aunque queme, aunque manche. Contigo, como Tú.
(Javi Montes, sj)
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