Te acusaban de comer con cualquiera. Corruptos, pecadoras públicas, extranjeras se sentaban a tu mesa y les acogías con ternura. Cómo molestaba eso a quienes se creían puros. Cómo te molesta que hoy tantas personas se sientan rechazadas en nuestras comunidades. Te sientas el último para acoger a quien llega al final, con vergüenza. Tu identidad divina nunca fue barrera siempre fuerza de salvación. Rompías los protocolos de pureza y honor para que nadie se quedara fuera. Ayúdanos a ser como tú que en nuestra mesa no falten los pobres las excluidas, los abandonados, que no olvidemos que nos esperas en los últimos puestos. (Javi Montes, sj