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Pentecostés

Primero era la noche cerrada, y el frío, y el temor a lo que ocultaban las sombras. Luego una chispa prendió una llama, y a su débil resplandor se empezaron a ver siluetas que a nadie amenazaban.
La llama se hizo hoguera, y a su alrededor se sentaron los habitantes del bosque para calentarse y compartir relatos y canciones. Comprendieron lo solos que habían estado hasta ese momento. Recordaron a otros que, como ellos, vagaban, entre temores y ausencias, por la tierra sin luz. Convirtieron algunas ramas en antorchas y se marcharon a buscar a quien erraba sin rumbo.
Ahora el bosque es un lugar menos sombrío, salpicado por la luz de cien hogueras, el calor de mil historias y el eco de todos los cantos. Algún día no quedarán resquicios poblados por el miedo ni la bruma, y todo estará bien.
(José María R. Olaizola, sj)

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