Cambió por pan las piedras, con un chasquido de dedos, y sedujo a los hambrientos. Saltó de lo alto del templo, aterrizó sin daño, el espectáculo cautivó a todos. Adoró al poder, y fue rey de haciendas, de fronteras, de recursos, de cuerpos, pero no de corazones. Nadie recuerda su nombre. Tentación eterna, universal, humana, que a todos se nos presenta alguna vez en la vida. Dar pan ajeno, seducir sin entregarse, dominar sin amar. Y ahí sigue tu respuesta. Hacerse pan, debilidad, servicio. No olvidaremos tu nombre, Jesús. (José María R. Olaizola, sj)
El pensamiento de Jesús es claro: el hombre auténtico se construye desde dentro. Es la conciencia la que ha de orientar y dirigir la vida de la persona. Lo decisivo es el «corazón», ese lugar secreto e íntimo de nuestra libertad donde no nos podemos engañar a nosotros mismos. Según ese «despertador de conciencias» que es Jesús, ahí se juega lo mejor y lo peor de nuestra existencia.
El mensaje de Jesús tiene hoy tal vez más actualidad que nunca en una sociedad donde se vive una vida programada desde fuera y donde los individuos son víctimas de toda clase de modas y consignas. Es necesario «interiorizar la vida» para hacernos más humanos. Podemos adornar al hombre con cultura e información; podemos hacer crecer su poder con ciencia y técnica. Si su interior no es más limpio y su corazón no es capaz de amar más, su futuro no será más humano. «El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal.»
Nadie está solo aunque a veces lo parezca. El silencio está habitado. Llevamos dentro raudales de ternura. Estamos unidos por puentes invisibles de pasión, esperanza y felicidad. Un tú completa nuestras ausencias. Hay ojos que son el único espejo necesario. Hay manos que sellan alianzas con caricias. Hay palabras sinceras que traen el eco de la promesa que Dios nos hizo un día, el Amor.