Y busco tu resurrección en gestos espectaculares, coincidencias imposibles o cambios radicales. Pero ni siquiera a Tomás, tu amigo, le diste esas señales. Sino que enseñaste tus heridas y tu carne dolorida, un costado abierto y unas manos atravesadas. Hoy, ante mis dudas, vuelves a apuntar a tus heridas. Hoy no ya por clavos y lanzas. Sino en tu cuerpo, que es la Iglesia, que es el mundo. En tus heridas abiertas hoy me llamas a descubrirte vivo y resucitado. En las heridas sangrantes por la injusticia del mundo. Y en las heridas de mi vida que no soy capaz de curar. Pero, aunque yo me resista y te pida nuevas pruebas, es ahí donde señalas. Y me dices otra vez que crea en ti porque estás vivo y resucitado. (Óscar Cala, SJ)