Porque Tú lo has querido estoy aquí, Señor. En Tu nombre. No he venido yo; me has absorbido en la espiral de amor, que eres con todos. Nadie puede arrimarse a Ti sin que entero lo abraces, lo hagas Tuyo. Sin robarle nada, dándole todo. Del suelo a la cabeza soy regalo tuyo, espíritu que vuela y cuerpo que lo apresa. No puedes ya salirte de este mundo. Me inundaste y, empapado de Ti, te voy sembrando, y al tiempo, me siembro, como grano de trigo, en mis hermanos. No quiero quedar solo. Tu rostro buscaré, Señor. Hasta decirte ¡Padre! Pero sólo te encuentro, cuando, a todo lo que mana de Ti le digo: ¡hermano! (Ignacio Iglesias, sj)