Adoración
El cuerpo ante ti es un cirio quieto en la noche de la historia, de las ideas, de los proyectos, consumiendo las horas como cera.
El pensamiento está inmóvil como la llama afilada, sin la más leve brisa que altere su perfil luminoso y quieto.
El corazón, cristal naranja encendido con la lumbre remansada de tantos encuentros infinitos.
Las pupilas, redondas como la boca de una tinaja vacía, se dilatan en lo oscuro atisbando tu presencia.
Sólo se oye el crepitar del fuego, y el aliento de la vida que llega desde ti frotando levemente el aire en que camina.
Y al verte y acogerte, se aviva la llama, iluminando la noche, transparentando la cera, transfigurando en luz las ausencias y tinieblas.
Y toda la persona se va haciendo luz recibida brillando gratuita en tu templo, mundo oscuro de injusticias, de fugaces estrellas que deslumbran un segundo, de neón inquieto, impuesto con astucia.
En la adoración de cirio alerta, para iluminar tú nos haces luz desde dentro, sin necesidad de llevar en las manos una brasa prestada y pequeña.
(Benjamín G. Buelta, sj)
Liturgia del domingo