Sal
Estaba listo el banquete. Se hacía la boca agua al contemplar manjares presentados con esmero.
Cada plato seducía más que el anterior. Había propuestas para todo paladar.
Los invitados anticipaban con la vista sensaciones prometidas en el festín ingente.
La cortesía duró un instante. Se abalanzaron, ansiosos, sobre el convite.
El ansia dio paso a la desilusión. Se miraron, decepcionados.
Nada tenía sal. Si hubiera estado no la habrían extrañado. Pero sin ella ningún sabor encajaba.
(José María Rodríguez Olaizola, sj)
Liturgia del domingo