Das la vida en el esfuerzo diario, por alcanzarnos refugio, seguridad, alimento. A menudo, cegados por los rayos de la tormenta, y ensordecidos por el fragor de los truenos, nos desorientamos, hasta acabar en parajes inhóspitos, donde lobos hambrientos pelearán por los despojos de cada historia que pudo ser tanto y se queda en nada. Pero tú no desistes, sales a buscarme, te adentras por la tierra agreste, plantas cara a las fieras y repites, con voz familiar y cercana, mi nombre, para llevarme, al fin, a la vida prometida donde el presente es encuentro, y el futuro eternidad. (José María R. Olaizola, sj)
Piedra angular, tierra fértil, nuestro cimiento. Ese eres tú. Roca fuerte que nos protege; en Ti se levantan, seguras, nuestras ilusiones, proyectos, anhelos, en Ti se gesta nuestro amor. Suelo firme en el que caminamos, entrelazando los brazos y compartiendo la marcha con otros caminantes, amigos, hermanos; con otros peregrinos, heridos, cansados; con otros testigos, que hablan de Ti. Piedra viva con la que se construyen casas abiertas, templos humanos de amor y misericordia, bienaventuranzas y milagros cotidianos. Piedra angular, tierra fértil, nuestro cimiento, Jesús. (José María R. Olaizola, sj)
Qué fácil es colocarse en el tropel de los puros. Reducir la fe al cumplimiento, que garantiza un asiento en el banquete de los perfectos. Qué triste, arrojar, desde ese puesto, migajas de esperanza a quien, con pies de barro, se siente indigno. Algún día comprenderemos que tu mesa se dispone con criterios diferentes. Que tu pan no restablece a los saciados de ego, de virtudes corrosivas, de exigencias imposibles para tristezas ajenas. Que tu Reino no se compra por un puñado de leyes. Que tu amor no es la conquista de guerreros invencibles. Tu pan, tu Reino, tu amor, es alimento ofrecido a quien vive con hambre. Y ese don, gratuito y desbordante, nos renueva y nos cambia. (José María R. Olaizola, sj)
¿A dónde nos está guiando el Espíritu? ¿Desde dónde y con quién nos interpela? Dejarnos interpelar, dejarnos desarticular, así pasar de la disconformidad a la creatividad, de los miedos y las rabias a nuevas esperanzas. Reconocernos interpelados para generar espacios de encuentro, lugares de discernimiento, ‘hogares’ de Reino. Comprometernos con una justicia discernida. Comprometernos con esa justicia formulada desde nuestras comunidades. Desde este ser interpelados, ¿Qué luchas estamos acompañando? ¿De quienes estamos aprendiendo? ¿Cuáles son las heridas que intentamos sanar? ¿A dónde nos está guiando el Espíritu para seguir siendo portadores de este Mensaje de Esperanza?