Quien es de la verdad escucha su voz

Jesús de Nazaret, palabra sin fin en tu nombre pequeño, caricia infinita en tu mano de obrero, perdón del Padre en calles sin liturgia, todopoderoso Señor en sandalias sin tierras, culmen de la historia creciendo día a día, hermano sin fronteras en una reducida geografía.

No eres una mayúscula que no cabe en la boca de los más pequeños, sino pan hecho migajas entre los dedos del Padre para todos los sencillos.

Tú sigues siendo el agua de la vida, una fuente inagotable en la mochila raída del que busca su futuro, un lago azul en el hueco insomne de la almohada, y un mar tan inmenso que sólo cabe dentro un corazón sin puertas ni ventanas.

En ti todo está dicho, aunque sólo sorbo a sorbo vamos libando tu misterio.

En ti estamos todos, aunque sólo nombre a nombre vamos siendo cuerpo tuyo.

En ti todo ha resucitado, aunque sólo muerte a muerte vamos acogiendo tu futuro.

Y en cada uno de nosotros sigues hoy creciendo hasta que todo nombre, raza, arcilla, credo, culmine tu estatura.

(Benjamín G. Buelta, SJ)

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«Nadie sabe el día o la hora…, sólo el Padre»

Quiero pedirte

Quiero pedirte prestados tus ojos para poder contemplar mis cegueras.
Pedirte prestados tus brazos para tomar mi camilla y ponerme de pie.
Pedirte prestadas tus entrañas para llenarme de tu misma misericordia.
Pedirte prestado tu corazón para hacer de mi vida un sacramento de tu amor. Pedirte prestada tu oración para poder ser contemplativo en la acción.
Pedirte prestadas tus lágrimas para aprender a sonreír con los demás.
Pedirte prestado tu peregrinar para nunca instalarme.
Pedirte prestada tu autoridad de Mesías para sólo dejarme conducir y llevar.
Pedirte prestada tu encarnación para que sin perder de vista el Reino
me embarre cada día con nuestra historia.

(Marcos Alemán, sj)

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¡Fiesta del Divino Maestro!

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La buena gente

 

No te sonríen con blancura dentífrica, desde las páginas de una revista.
No acaparan flashes en los eventos de moda.
No reciben premios en las galas con más glamour ni las multitudes corean sus nombres en el concierto de los poderosos.

Pero no lo necesitan, para brillar con luz propia en el baile de la historia.

Son el hombre justo,y la viuda pobre, el profeta valiente y la mujer perdonada.
Son el peregrino que comparte su mesa y su palabra, y el caminante que, en su fatiga, bromea y canta.
Son el carpintero y la muchacha, el alfarero y la criada, el emigrante que no pierde la esperanza.

Son la buena gente, que en lo discreto, transforma el duelo en danza.

(José María Rodríguez Olaizola, SJ)

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