Llevar nuestra alegría a quien lo necesite

Estad alegres, aunque el silencio parezca opresivo, porque habita en él Su presencia discreta; cuando os muerda la ausencia de respuesta, porque Dios acaricia de formas insospechadas; aunque la tormenta parezca infinita, porque el sol sigue brillando detrás de las nubes; si del amor solo sentís añoranza, porque sigue esperándoos, en recodos del futuro; cuando la Ley quiera domesticar la esperanza, porque el espíritu es más fuerte que las cadenas.

(José María R. Olaizola, sj)

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«Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos…»

Constancia de Dios

No desistas, Señor, sigue insistiendo en venir a nosotros, en hacerte vecino del dolor y de la lágrima.
Ven más cada mañana, nunca dejes de acercarte.

Sucede que la arcilla es así, que está rajada de añoranza y de amor y nuestro cántaro se nos queda sin sol, se cuela el agua hacia Ti.

Sigue empeñado, a pesar de nosotros y la aurora, viniendo a nuestra sed.
Llegará un día en que todo estará como Tú quieras.

(Valentín Arteaga)

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Su historia puede ser tú historia

María es lo mejor de la humanidad, la obra “muy buena” de Dios, como en el momento mismo de la creación: es la llena de gracia. Y si en la historia de la humanidad ha habido un ser humano, una mujer como María, significa que nuestro mundo no es sólo, ni sobre todo, algo despreciable y definitivamente corrompido, en él no todo está perdido y sin esperanza.

En esta luz podemos entender el dogma de la Inmaculada Concepción, que tiene un enorme significado no sólo como una especial gracia exclusivamente para María, sino que ilumina nuestra comprensión de Dios y del hombre. En María Dios encontró un apoyo para acercarse y encontrarse con nosotros: “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14). Y si María fue inmaculada desde la concepción, nosotros hemos sido elegidos por Dios en Cristo antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados ante él por el amor (Ef. 1, 4)

En la Anunciación María representa a la humanidad entera, a lo mejor de ella. En ella Dios encontró por fin con quien conversar “a la hora de la brisa”. María, sierva del Señor, escucha y acoge la Palabra y la cumple, y se alza frente a Eva que pretendió ser igual a Dios. Y así María “concibió del Espíritu Santo” (cf. Lc 1,26-38).

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Déjame tocar por la esperanza

Ven, Señor

¡Ya, Señor! ¿Para cuándo esperas? ¡Ahora! Ven pronto, ven, que el mundo gira a ciegas ignorando el amor que lo sustenta.
Ven pronto, ven, Señor, que hoy entre hermanos se tienden trampas y se esconden lazos.
Ven, que la libertad está entre rejas del miedo que unos a otros se profesan.
Ven, ven, no dejes ahora de escucharnos cuando tanto camino está cerrado ¡Ya, Señor! ¿Para cuándo esperas? ¡Ahora! ¿No has de ser la alegría de los pobres, de los que en ti su confianza ponen?
¿No has de ser para el triste y afligido consuelo en su pesar, luz en su grito? ¿Quién pondrá paz en nuestros corazones si tu ternura y compasión se esconden? ¿Quién colmará esta hambre de infinito si a colmarlo no vienes por ti mismo? ¡Ya, Señor! ¿Para cuándo esperas? Ahora.

adaptación del salmo 70 (Rezandovoy)

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