Ven, Jesús, a buscarme, busca a la oveja perdida. Ven, pastor. Deja las noventa y nueve y busca la que se ha perdido. Ven hacia mí. Estoy lejos.
Me amenaza la batida de los lobos. Búscame, encuéntrame, acógeme, llévame. Puedes encontrar al que buscas, tomarlo en brazos y llevarlo. Ven y llévame sobre tus huellas. Ven Tú mismo. Habrá liberación en la tierra y alegría en el cielo. (san Anselmo)
Amo, Señor, tu sendas y me es suave la carga que en mis hombros pusiste; pero a veces encuentro que la jornada es larga, que el cielo ante mis ojos de tinieblas se viste, que el agua del camino es amarga, es amarga, que se enfría este ardiente corazón que me diste; y una sombría y honda desolación me embarga, y siento el alma triste y hasta la muerte triste. El espíritu es débil y la carne cobarde, lo mismo que el cansado labriego, por la tarde, de la dura fatiga quisiera reposar. Mas entonces me miras y se llena de estrellas, Señor, la oscura noche; y detrás de tus huellas, con la cruz que llevaste, me es dulce caminar. (José Luis Blanco Vega, SJ)
Nos imponen límites y nos empequeñecemos, pero vivimos en comunión con el Ilimitado. Dudamos de nosotros y nos devaluamos, pero vamos bajo la mirada de la Bondad. Nos dividimos nos enfrentamos, pero todos recibimos la vida desde la Unidad. Nos clasificamos en perfectos y deformes, pero todos somos habitados por la Belleza. Tememos nuestra oscuridad nos escondemos, pero somos iluminados por la Verdad. ¿Quién puede poner límite al amor de Dios por nosotros? ¿Quién puede ponernos límites si sólo podemos ser en el amor de Dios?. (Benjamín G. Buelta, SJ)
Se convirtió en faro para muchos que vagaban perdidos en la tormenta y sacudidos por las olas. Se convirtió en refugio, lugar al que regresábamos sabiendo que siempre encontraríamos un abrazo sanador, un plato en la mesa y una palabra oportuna. Se convirtió en mar en el que nos zambullíamos para recobrar la pasión primera. Se convirtió en árbol, con dos grandes ramas que apuntaban al cielo, pero, dobladas por el peso de sus frutos, nos envolvían a todos. Se convirtió en canción, y a veces sonaba muy dentro reavivando memorias y proyectos. Se convirtió en misterio, una pregunta eterna que nos libera para siempre de la prisión de las certezas. (José María R. Olaizola, SJ)