El amor verdadero respeta la libertad del hermano

La ley, sí, pero ¿qué ley? No la del puro que observa, desde una barrera de cumplimientos, a los equivocados, los perdidos, los transgresores.
No la de quien agarra la piedra y lapida al culpable en nombre de un Dios cruel.
No la de la virtud jactanciosa, o el discurso hipócrita.
No la de la brizna en el ojo ajeno, ni la del ego desmesurado.
No la que esclaviza y no libera. No la de credos impuestos.
¿La que se cumple por miedo? ¡No!

La del amor. Solo esa. Que se conmueve, arde, celebra y lucha.
Que tiende los brazos.

Que entiende las caídas, que aspira a todo desde el saberse poco.
La de la entraña estremecida ante el misterio del prójimo.
La del sollozo compasivo que no renuncia a la esperanza.
La que sostiene la vida sin conformarse con menos.
La de la risa sincera. La de vaciarse hasta la última gota.
Y vivir. Y morir. Y resucitar. Esa ley.

(José María R. Olaizola sj)

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Tienes la llave – 5º Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

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“Hemos de salir hacia las periferias”.

“Vosotros sois la sal de la tierra”. Las gentes sencillas de Galilea captan espontáneamente el lenguaje de Jesús. Todo el mundo sabe que la sal sirve, sobre todo, para dar sabor a la comida y para preservar los alimentos de la corrupción. Del mismo modo, los discípulos de Jesús han de contribuir a que las gentes saboreen la vida sin caer en la corrupción.
“Vosotros sois la luz del mundo”. Sin la luz del sol, el mundo se queda a oscuras y no podemos orientarnos ni disfrutar de la vida en medio de las tinieblas. Los discípulos de Jesús pueden aportar la luz que necesitamos para orientarnos, ahondar en el sentido último de la existencia y caminar con esperanza.

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