¿Qué buscamos?

Me llamas a convertirme

Me llamas a convertirme en agua para el sediento, en risa para quien llora, en tiempo del que está solo.
Me pides que me transforme en brisa para el cansado, en techo para quien vaga, en cura para el enfermo.
Me dices: «Sé luz para el ciego, y palabra para el mudo, sé las piernas del herido que no puede sostenerse».
Me llamas a convertirme, Señor, Y aquí estoy. Débil,  con toda mi pobreza,  sin saber bien cómo responder, por dónde empezar  o qué pasos dar.
Pero aquí estoy, Señor. Y tú me llamas a convertirme.

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Venid y veréis – 2º Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B



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Somos amadas y amados

Jesús apareció en Galilea cuando el pueblo judío vivía una profunda crisis religiosa. Llevaban mucho tiempo sintiendo la lejanía de Dios. Los cielos estaban «cerrados». Una especie de muro invisible parecía impedir la comunicación de Dios con su pueblo. Nadie era capaz de escuchar su voz. Ya no había profetas. Nadie hablaba impulsado por su Espíritu.

Lo más duro era esa sensación de que Dios los había olvidado. Ya no le preocupaban los problemas de Israel. ¿Por qué permanecía oculto? ¿Por qué estaba tan lejos? Seguramente muchos recordaban la ardiente oración de un antiguo profeta que rezaba así a Dios: «Ojalá rasgaras el cielo y bajases».

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