Nos gusta volver al Tabor. Allí, por un instante te descalzas, bajas la guardia, alzas la copa y brindas por el amor, la amistad, el Dios evidente allí te gusta quién eres, la música acuna, el espejo te devuelve una alegría serena y estás en casa…
Ayuno, oración y limosna, herramientas que nos ayudan a ponernos a punto para celebrar nuestra fiesta grande.
Al fin, en la raíz, en lo hondo, solo quedas Tú. Solo tu Sueño me deja abrir los ojos, solo tu Mirada acaricia mi ser, solo tu Amor me deja sereno, solo en Ti mi debilidad descansa y solo ante Ti la muerte se rinde. Solo Tú, mi roca y mi descanso.
(Javi Montes, SJ)
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En algún momento, perdí la inocencia. Se enturbió la mirada, se agrietó el carácter, me hice ateo en el amor, militante en el sarcasmo, rencoroso en el dolor, contagioso en la tristeza, acomodado en la fe, desertor de la esperanza. El espejo interior me devolvía sombras. Tú no te rendiste. Viniste a rescatarme. «Sal afuera», gritaste, y yo, de nuevo Lázaro, salí, más por inercia que por voluntad. Abrí los ojos. Era niño, otra vez, descubriendo el mundo al acercarme a ti. Tenía alguna cicatriz en la mirada, y más conciencia de mis pies de barro. pero el amor, el humor, la compasión y la fe, la esperanza y la alegría, habían vuelto, y esta vez acrisoladas por el tiempo. (José María R. Olaizola, SJ)