¡Ha Resucitado!

Las mujeres de la Resurrección

Todavía la mañana no había dicho una palabra, y un silencio claro arropaba toda vida.
Ningún deslumbre entornaba los ojos, ninguna estridencia irritaba la escucha, ninguna brisa enturbiaba los perfiles.
Se asomaba el día con rubor virginal cuando las mujeres de Galilea llegaron al sepulcro.
Buscaban ungir el cuerpo con el más tierno perfume de su esperanza macerada.
¿Era solo la certeza del amigo muerto lo que las llevaba hasta la tumba?
Habían perdido el tesoro y eran tan débiles y pobres que ya solo podían avanzar desde más allá de sí mismas.
¡El amor hunde sus raíces en el misterio siempre vivo!
La piedra uncida a la muerte por los sellos imperiales había sido robada.
En lo oscuro de la tumba se encendió una pregunta, se iluminó una certeza, se insinuó una presencia.
La noticia empezó a buscar sus palabras mientras corrían las mujeres sin lastre de tristeza en la piel de sus sandalias.
Jesús ya no está en el sepulcro de piedra.
Hay que buscarlo en la noche rota, en la sorpresa del alba, en el pueblo atravesado, en las manos horadadas, en la paz y la alegría, en los nombres que amamos, en los ojos que nos aman.
¡Hay que esperarlo con toda la búsqueda del alma!
(Benjamín González Buelta, sj)

 

Liturgia

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Camino de la Cruz…

Crucificadas

Crucificadas las esperanzas de quien se atrevió a adentrarse en la entraña de la vida.
Los sueños de paz. La verdad, crucificada en nombre de lo conveniente.
Crucificado el amor que no supimos entender.
Cruces, cruces en las veredas de la historia, en los pozos del desconsuelo. Cruces, y gritos que rasgan el cielo sin encontrar más eco que el silencio.
No desesperemos, pese a todo, contra viento y marea, contra pecado y orgullo, contra egoísmo y cerrazón, Dios abraza la cruz para derribarla, la callada no es su respuesta; y la vida espera, pujante, para vaciar los sepulcros de una vez por todas.
(José María R. Olaizola, sj)

 

Liturgia

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«Nos amó hasta el extremo»

Sentarme a tu mesa

Déjame sentarme a tu mesa, Señor.
La de la alegría de comer juntos, la del adiós y la despedida, la del amor extremo y sencillo, la de la fidelidad de los que están desde el primer día, la del sabor amargo de la traición, la del desconcierto por no saber bien cómo será todo, la de tu angustia silenciosa.
La de mi vida, apasionada y frágil, que quiere entregarse con la tuya y por eso desea comer este pan, para donarse y dejarse atraer por tu amor siempre nuevo, hasta que nos reencontremos para siempre junto al Padre.
(Matías Hardoy)

 

Liturgia

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