Aprender de lo sencillo…

“Venid a mí”, bramó la tormenta, invitándonos a adentrarnos en su intemperie llena de posibilidades.

“Venid a mí”, dijo la luz, alejando de nosotros el temor a la sombra.

“Venid a mí”, propuso la esperanza, convertida en caricia para quienes andaban cansados y afligidos.

“Venid a mí”, exclamó la pasión, prometiendo un nuevo fuego al rescoldo de corazones que en otro tiempo ardieron.

“Venid a mí”, exigió la justicia, herida –en las víctimas– por tanta mentira dicha en su nombre.

“Venid a mí”, susurró el silencio, mostrando, con los brazos abiertos, una forma distinta de cantar.

“Venid a mí”, gritó la soledad, cansada de deserciones y abandono.

“Venid a mí”, pidió el dolor, ofreciendo su rostro herido para que la compasión lo acunase.

“Venid a mí”, llamó el Dios de los encuentros.

Y fuimos. A veces vacilantes, con toda nuestra inseguridad a cuestas.
Pero fuimos.

(José María R. Olaizola sj)

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