El amor verdadero respeta la libertad del hermano

La ley, sí, pero ¿qué ley? No la del puro que observa, desde una barrera de cumplimientos, a los equivocados, los perdidos, los transgresores.
No la de quien agarra la piedra y lapida al culpable en nombre de un Dios cruel.
No la de la virtud jactanciosa, o el discurso hipócrita.
No la de la brizna en el ojo ajeno, ni la del ego desmesurado.
No la que esclaviza y no libera. No la de credos impuestos.
¿La que se cumple por miedo? ¡No!

La del amor. Solo esa. Que se conmueve, arde, celebra y lucha.
Que tiende los brazos.

Que entiende las caídas, que aspira a todo desde el saberse poco.
La de la entraña estremecida ante el misterio del prójimo.
La del sollozo compasivo que no renuncia a la esperanza.
La que sostiene la vida sin conformarse con menos.
La de la risa sincera. La de vaciarse hasta la última gota.
Y vivir. Y morir. Y resucitar. Esa ley.

(José María R. Olaizola sj)

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